Los rayos del Sol iluminan el camino a los Senderistas

La madrugada en la Universidad Miguel Hernández (UMH) fue tranquila. El cansancio era un sentimiento generalizado y eso permitió que en el edificio Altabix, donde pernoctaban los senderistas, hubiera un silencio sepulcral. Sólo rompió esta paz el sonido de las gotas de agua al caer, que cada vez era mayor, porque ya estaba cayendo el chaparrón. En algunas zonas de la universidad había goteras, lo que obligó a algunos participantes a que cambiaran su rincón para dormir.
Por la mañana, la actitud pesimista recorría el lugar. La experiencia que se había vivido en la pasada edición con la lluvia, en la que todos los caminantes quedaron totalmente empapados, comieron mientras se mojaban y las hipotermias que ese hecho generó, no era precisamente lo que se anhelaba para este año. Pero el cielo se había puesto en su contra y amenazaba con llover. Los monitores pidieron a los alumnos de la UMH que abandonaran porque ellos no iban preparados para la actividad y la organización no quería que nadie enfermase.
Aún así, comenzaron a caminar sobre las diez de la mañana. Los lugares por los que los participantes pasaban parecían monótonos como los del día anterior, pero eso pronto iba a acabar. La senda se volvía cada vez más rural y montañesa, algo que alegraba mucho a los caminantes que ya estaban cansados de “carretera y casas”. El camino se hacía cada vez más divertido y llevadero porque el pie no sufría tanto daño al pasar por tierra y no por el ardiente asfalto.
Durante toda la mañana, los participantes llevaron cerca, donde pudieran cogerlo rápidamente, el chubasquero, aunque afortunadamente no hizo falta que se lo pusieran en ningún momento porque la amenaza de lluvia se fue convirtiendo en pequeños rayos de sol.
El cambio del paisaje de montañas a casas y en el suelo que pasaba de ser tierra a asfalto señalaban que el Rebolledo estaba cada vez más cerca y, en éste, la paella que todos los participantes ansiaban degustar. Y así era. A lo lejos ya se podía vislumbrar el humo de las brasas donde se estaba preparando el arroz.
Pronto llegaron los senderistas y se alegraron de que la pedanía alicantina instalara carpas en la zona dónde siempre comían. Entre algunos participantes se escuchaba: “es que con todo lo que llovió el año pasado, no es para menos y, además, en esta edición, se agradece porque así descansamos del sol abrasador”. Los senderistas recordaban con pesar las vivencias del pasado año, de tener que comer bajo la tempestad y la idea de colocar un lugar para que se pudiesen resguardar fue muy bien acogida por todos.
De repente sonó el pito que daba comienzo de nuevo a salida, la última para llegar al cementerio. Sólo faltaba rodear la montaña que separa la pedanía de la capital de la provincia. Resultó un camino dónde la dificultad aumentaba. Era un pequeño sendero en el que los caminantes tenían que ir en fila india, de uno en uno, e ir subiendo y bajando pendientes, pero según confesaban los participantes preferían este camino “porque es por montaña”.
Finalmente llegaron al cementerio y los senderistas, antes de entrar, se hicieron fotos con la placa que señaliza el final de la Senda del Poeta. La sonrisa y el sentimiento de superación rodeaban el lugar. Realmente, este momento era el más importante, al lado de la tumba de Miguel Hernández ya se estaba preparando el homenaje que se iba a celebrar minutos después. Éste fue llevado a cabo por el escritor y biógrafo José Luis Ferris, que dedicó unas palabras emotivas al poeta universal. También intervino el director general del IVAJ, Adrián Ballester. En el acto estuvieron presentes la alcaldesa de Orihuela, Mónica Lorente, y parte del equipo de gobierno.
A la salida, los autobuses estaban preparados para devolver a las localidades de origen a los senderistas, que agradecieron, como todos los años, que la organización habilite el transporte a la vuelta al hogar después de 77kilómetros.

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